Cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos jugando con fuego y nos quemamos, aunque la sensación del chispazo era tan placentera que no había resistencia capaz de pararlo. Necesito quemarme una y otra vez, que mis pupilas se dilaten solo con sentir el más mínimo roce y cada caricia vaya dejando el rastro en la piel, al igual que su perfume quedaría en mi cama después de hacerlo una y otra vez.
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